Hoy, día de la mujer
trabajadora, es el momento de señalar el trabajo tan importante que desempeñan
las mujeres en la sociedad actual. Este día conmemora la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona.
La primera convocatoria de la jornada tuvo lugar en 1911 en Alemania,
Austria, Dinamarca y Suiza extendiéndose su conmemoración, desde entonces, a
numerosos países. En 1977 la Asamblea General de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) proclamó el 8 de marzo como Día
Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.
En la actualidad, aunque se ha conseguido
mucho en cuanto a derechos e igualdad se refiere, todavía queda camino por
andar (brecha salarial, segregación sectorial, paro, empleo vulnerable,
conciliación...) y es preciso seguir construyendo instrumentos que faciliten la
participación de la mujer en condiciones de igualdad en todas las esferas de la
sociedad.
Durante esta semana se
realizarán en la residencia, diversas actividades en torno a esta temática ¡os invito a tod@s a
participar en las mismas!
A continuación os dejo la carta que una madre
trabajadora, timón de su hogar,…, deja a su familia. Con una nota de humor, nos
hará, sin duda, reflexionar sobre el trabajo o “pluritrabajo” (a veces tan poco valorado) de la mujer en la
actualidad.
Queridos todos: Me voy. Volveré cuando sepáis dónde están guardadas las
bolas de naftalina, cuando nuestra casa ya no tenga secretos para ninguno de
vosotros, cuando seáis capaces de descifrar los códigos de los botones de la
lavadora, cuando logréis reprimir el impulso de llamarme a gritos si se acaba
la pasta de dientes o el papel higiénico. Volveré cuando estéis dispuestos a
llevar conmigo la corona de reina de la casa. Cuando no me necesitéis más que
para compartir.
Ya sé que me echaréis de menos, estoy segura. También yo a vosotros, pero sólo
desapareciendo podré rellenar los huecos que vuestro cariño me produce... Sólo
podré estar segura de que verdaderamente me queréis cuando no tengáis necesidad
de mí para comer o para vestiros o para lavaros o para encontrar las tijeras.
Ya no quiero ser la reina de la casa, estoy harta, me he cansado de tan gran
responsabilidad y he caído en la cuenta de que si sigo jugando el papel de
madre súper no lograré inculcaros más que una mentalidad de súbditos. Y yo os quiero
libres y moderadamente suficientes y autónomos.
Ya sé que vuestro comportamiento conmigo no es más que un dejarse llevar
por mi rutina; también por eso quiero poner tierra por medio. Si me quedo,
seguiré poniéndoos todo al alcance de la mano, jugando mi papel de omnipresente
para que me queráis más.
Sí, para que me queráis más. Me he dado cuenta de que todo lo que hago es
para que me queráis más, y eso me parece tan peligroso para vosotros como para
mí. Es una trampa para todos.
Palabra de honor que no me voy por cansancio, aunque sea una lata dormirse
todas las noches pensando en la comida del día siguiente y hacer la compra a
salto de mata cuando vienes del trabajo y, a la larga, pesa mucho la manía de
ver siempre un velo de polvo en los muebles cuando me siento un rato en el
sofá, y la perenne atracción hacia la bayeta y la cera. Pero no es sólo por
eso. No. Tampoco me voy porque esté harta de poner la lavadora mientras me
desabrocho el abrigo ni porque quiera estar más libre para hacer carrera en mi
trabajo. No. Hace ya mucho tiempo que tuve que elegir una perpetua interinidad
en mi profesión porque no podía compatibilizar una mayor dedicación mental al
trabajo profesional con la lista de la compra. Me voy para enseñaros a
compartir, pero sobre todo me voy para ver si aprendo a delegar.
Porque si lo consigo, no volveré nunca más a sentirme culpable cuando no
saquéis notas brillantes o cuando se quemen las lentejas o cuando alguno no
tenga camisa planchada que ponerse.
La culpa de que sea imprescindible en casa es sólo mía, así que
desapareciendo yo por unos días, os daréis cuenta vosotros de que la monarquía
doméstica es fácilmente derrocable y quizá yo pueda aprender la humildad
necesaria para ser, cuando vuelva, una más entre la plebe.
Cuando encontréis la naftalina no dejéis de avisarme. Seguro que para
entonces yo también habré aprendido a no ser tan excesivamente buena. Puede ser
que ese día no nos queramos más, pero seguro que nos querremos mejor. Besos. Mamá.
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